El juego de creerse millonario: una crónica desde las entrañas del casino

2022-10-16 22:37:36 By : Ms. Kelly Xiao

Por María Laura Favarel

"Acá venís a jugar, no tenés que pensar en ganar", cuenta un hombre que suele visitar el casino 

Hasta las paredes parecen de mármol en el ingreso al monstruoso edificio del casino City Center Rosario, uno de los más grandes de Latinoamérica. Allí todo es ostentoso y busca asemejarse al lujo y a la opulencia. Sin embargo, las flores son de plástico, las plantas artificiales y los pisos son símil mármol. Con ello se crea un universo donde lo que importa es sentirse millonario y gastar todo lo que se pueda.

Todavía no ha caído el sol. Es jueves y son cerca de las 20 cuando atardece afuera, porque dentro del Casino siempre es de noche, y se ilumina con neón rojas, verdes, amarillas. El gigantesco edificio trabaja de lunes a lunes, de 10 a 5 de la madrugada. Sobre Battle y Ordóñez se estaciona una larga fila de remises truchos que llevan y traen gente a jugar, y sobre bulevar Oroño unos cuantos chicos intentan limpiar algún vidrio de los autos estacionados en el semáforo. Ya adentro del City Center, en la gran explanada de entrada al Casino se ubican los taxis, todos ordenados mientras bajan y suben gente, que a esa hora la mayoría son adultos mayores.

Un hombre de negro, saco y corbata, está en la puerta de ingreso, como para dar la bienvenida a una fiesta, pero en realidad ni saluda. La gente entra vestida como para un evento, van a entretenerse un rato y olvidarse de todos los problemas del día, a "poner la mente en blanco" frente a una pantalla con figuras de colores brillantes que giran con sonidos alternados, mientras las máquinas devoran los billetes de cada jugador.

La gente hace cola para comprar la entrada, que cuesta 120 pesos solo por ingresar al gran salón de tres niveles con luces de varios colores sobre un techo y paredes oscuras, pantallas gigantescas y carteles brillantes invitando a ganar dinero, algo que sucede en muy pocas ocasiones.

Las más de tres mil máquinas tragamonedas (o traga billetes) se mueven sin cesar y son ruidosas. Seducen a los que ingresan al Casino hasta que captan la atención de alguno que decide sentarse frente a ellas y empezar a jugar, y a gastar.

Allí adentro la dinámica del tiempo cobra una dimensión irreal: quienes trabajan allí no usan relojes y están siempre a oscuras, con las penumbras lumínicas de las mesas donde nunca se sabe qué hora es, si afuera es de día o de noche, si hay sol o si llueve.

Las máquinas tienen una rendija donde ingresan los billetes y a partir de entonces: ¡arranca la diversión! y se pone en juego el azar, y mientras las figuras se mueven al son del botón que aprieta el jugador. Mientras, en la pantalla aparecen los pesos que la máquina va tragando y los que el jugador llega a ganar, en el supuesto caso de que la suerte esté de su lado.

Quienes trabajan allí ven pasar a los que asisten al Casino de lunes a lunes, desde las 10 de la mañana hasta la madrugada. Ya los conocen. Y también escuchan historias de quienes se van del Casino sin un centavo y que apostaron lo que no tienen a una carta y no les queda ni la plata para sacar el auto del estacionamiento. Como también la de aquellos que confiesan que se jugaron las quincenas o los jornales de sus trabajadores.

"Acá venís a jugar, no tenés que pensar en ganar", cuenta un hombre que suele visitar el Casino para entretenerse un rato frente a las máquinas traga monedas. "Está todo pensado para generarte la ilusión de que ganás, pero en realidad si sacás algo, la mayoría de la gente lo vuelve a dejar en la máquina", confiesa el hombre que todavía no se animó a acercarse a la ruleta.

Por la adicción compulsiva al juego algunos apostadores, que pasan horas y horas en las mesas, recurren a los pañales geriátricos para no correrse al baño.

Detrás de las islas de máquinas se encuentra la zona de la ruleta. Allí el ambiente es más formal, los crupiers lucen camisa naranja y chaleco brillante y son los que organizan el juego, tiran la bolita y juntan los billetes que apuestan los jugadores.

Allí nadie habla. Los jugadores, alrededor de la mesa colocan las fichas en los números pintados sobre la mesa con gran concentración, porque antes pusieron la mano en el bolsillo y sacaron una abultada suma de billetes, todos de a mil. El crupier los ordena sobre la mesa y comprueba que no sean falsos.

La concentración es importante, el crupier lanza la bola y la suerte está echada. Los apostadores miran las fichas y sobre todo fijan la mirada en las vueltas de la ruleta esperando con ansiedad que frene para ver dónde en cuál de las 36 casillas cae la bola. Cuando la rueda se detiene nadie habla, pero el crupier barre las fichas perdedoras y las desliza por hueco para que desaparezcan y con ellas los miles de pesos que apostaron los jugadores. Algunos bajan la cabeza y se alejan, otros lo siguen intentando repitiendo el proceso y poniendo una vez más la mano en el bolsillo para quedarse sin dinero. Otros en cambio se guardan los pesos que ganaron, si es que la suerte estuvo de su lado, y se sientan en uno de los bares que se encuentran en el interior del casino y piden algo para tomar o comer.

Los crupiers son habilidosos, trabajan a gran velocidad en situaciones de vértigo y encanto, pero también de gran exigencia: en los juegos de naipes se sacan muchas cuentas mentales hay que ser sagaz, atento y rápido sobre todo frente a apostadores expertos. Ellos trabajan en las distintas islas, y se distribuyen entre la ruleta, le black jack, le poker (en sus variantes poker bonus, poker texas y poker caribeño), el punto y banca y los juegos de dados.

En todo momento, hombres vestidos de negro, con traje y corbata deambulan por los salones mirando a un lado y al otro, buscando algún desperfecto para intervenir. También hay asistentes de juego que pasan por las máquinas por si alguna persona tiene una dificultad, y asisten a los jugadores, todos con buen modo y diligencia.

En otro sector se encuentran el Poker Room, detrás de paneles de vidrios donde se juega sentados y con cartas sobre la mesa.

Un mundo aparte del casino es la sala VIP de apostadores fuertes donde hay un mínimo exigido para entrar. Todos saben que en ese sector los apostadores del mundo narco se sientan al lado de empresarios encumbrados de la ciudad de todos los rubros. Lo que se juega allí es plata en grande. La pasión por el juego inunda las mesas, repite las caras y hace ver rituales a veces de adoración a la atmósfera del casino.

Al Casino también se puede ir a comer, o a disfrutar de un show, y eso se ve sobre todo después de las 21 cuando el lugar empieza a llenarse de gente joven, parejas y grupos de amigas con pantalones ajustados, escotes importantes, transparencias y camperas de símil cuero. No faltan los grupos de amigos, ellos de camisa, jeans gastados y zapatillas. También hay días que el bar se arma para bailar y se convierte en boliche, otra opción más que ofrece el City Center.

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