Hôtel de Crillon: regreso al París de las maravillas

2022-10-11 05:37:57 By : Ms. Joyce Li

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El camarero que sirve el desayuno deja con elegancia sobre la mesa una pequeña bandeja con mantequilla. Al abrir la tapa, se puede ver cómo la pastilla está decorada con el escudo del establecimiento, una gran “C” tocada con la corona ilustre de la familia del Conde de Crillón. Su consistencia es perfecta para poder untarla sobre cualquiera de los panecillos recién horneados -todo en la sala parece flotar en ese glorioso aroma a pan que solo se siente en París- que hay en el cesto junto a croissants y pain au chocolat. Esa pastilla de mantequilla es un monumento discreto, pero a la vez orgulloso, del triunfo del detalle más exquisito. Esa es la verdadera dimensión del lujo que se experimenta a cada momento en el Hôtel de Crillon.

María Antonia Josefa Juana de Habsburgo-Lorena, más conocida como María Antonieta a secas, no podía imaginar que la misma plaza que unos años después de casarse con Luis XVI veía desde el salón del primer piso del palacio donde daba sus clases de piano, sería el lugar donde perdería la cabeza al ser guillotinada durante la Revolución Francesa, el 16 de octubre de 1793. Meses antes, la estatua de Luis XV había sido derribada de su pedestal y enviada a la fundición, pasando a conocerse entonces como Plaza de la Revolución, un espacio en el que acabarían siendo ejecutados públicamente más de mil personas. Tras la Terreur, pasó a llamarse con el nombre con el que se la conoce hoy en día, Place de la Concorde. Y es ahí, en el número 10, donde se encuentra el Hôtel de Crillon, una institución hotelera del lujo gestionada por Rosewood Hotels & Resorts tras una intensa rehabilitación que lo ha catapultado a pleno siglo XXI sin traicionar por ello la carga histórica que contiene su fachada neoclásica, diseñada por el arquitecto favorito de Luis XV, Ange-Jacques Gabriel. Durante 250 años, esa fachada ha sido testigo de la tumultuosa y rica historia francesa.

Es normal encontrar vehículos de alta gama estacionados en batería frente a los hoteles de lujo de todas las capitales del mundo. Suelen ser elegantes y caros, aunque con una estética que no llama la atención, como queriendo pasar desapercibidos. Posiblemente, algún Aston Martin, Jaguar, Land Rover o Mercedes… Pero el Hôtel de Crillón tiene algo más. Tiene al mítico Citroën DS Pallas de 1973 de hermoso y brillante gris parisino, perfectamente restaurado, a disposición de los huéspedes con un conductor privado para viajes cortos por la ciudad. Para disfrutar de él hay que preguntar a cualquiera de los conserjes Clefs d'Or, en servicio las 24 horas del día, que actúan como verdaderos embajadores de la excelencia.

Y es que el lujo es una sensación que irradia desde el vestíbulo. Nace en el coqueto salón individual donde se realiza el check in personalizado, pasa por el lobby y llega a todos los rincones de los 16.000 m2 del edificio, a cada una de sus 124 habitaciones y suites, a su restaurante, brasserie, al bar… hasta llegar al sótano, donde hay una piscina que es una oda al hedonismo acuático más chic. Los responsables de que así sucedan pasan casi desapercibidos, visten de negro y están atentos a todo y en todo momento: es el equipo de mayordomos y conserjes. 

Cada habitación en el Hôtel de Crillón tiene asignado su propio mayordomo, que se encarga de atender la llegada de cada huésped, agrupar todas sus maletas y posesiones para que queden guardadas en la habitación, con abrigos, chaquetas, sombreros o bufandas bien colocados en el armario si es necesario. Tras pasar por la habitación, y haciendo gala de una equilibrada cordialidad entre lo familiar y lo profesional, el mayordomo facilita el acomodo y resuelve todas las dudas. A partir de ese momento y durante toda la estancia queda abierto un canal de comunicación con él para resolver desde el planchado de una camisa a encontrar el regalo más exótico posible en París.

Guiuliana, que era el mayordomo asignado durante mi estancia, me escribió por whatsapp. “Buenos días -decía en francés, aunque podría haber sido en inglés o en italiano-. Espero que esté bien. Mi colega Bastien de la conserjería me ha informado de su interés por conocer los salones. Estoy disponible hasta las 22:30 si lo desea y será un placer presentarle nuestros diferentes espacios”. 

El primero en ser visitado fue el elegante Salón Marie Antoinette, un espacio que, totalmente actualizado, logra transportar a la época de máximo refinamiento de la Ilustración francesa. Con vistas privilegiadas sobre la Place de La Concorde, esta es la sala donde la ex reina de Francia tomó sus lecciones de piano de 1789 a 1792. Tal es el pedigrí que se gasta el Hôtel Crillón que todos los salones del primer piso -además del de Marie Antoinette, el Salon des Aigles y el Salon des Batailles- están clasificados como Monumentos Históricos desde 1964. 

En la habitación había una máquina Nespresso para el café; pero hasta esta se presenta bajo un tratamiento especial, tapizada en cuero y colocada en un mueble bar forrado de latón y espejo. No hay espacio para lo banal en el Hôtel de Crillón. Eso es algo que se percibe inmediatamente en sus 78 habitaciones, 36 suites y 10 suites exclusivas. El interiorismo clásico parisino es esa extraña receta que con materiales ricos, diferentes piezas de arte, maderas nobles, refinados mobiliarios hechos a medida, paleta de tonos grises y algún que otro toque bohemio logra trascender lo temporal para convertirse en sinónimo del lujo atemporal. 

La rehabilitación del Hôtel de Crillón ha logrado no solo mantener el refinamiento del siglo XVIII sino que lo ha elevado a la excepcionalidad al introducir otros códigos más contemporáneos. Hay obras de diferentes artistas como Mathias Kiss, fotografías de gran formato, libros de arte y otras delicadas piezas de arte que conviven con piezas clásicas rehabilitadas por hasta 147 entre marmoleros, tapiceros, ebanistas y los mejores especialistas de cada profesión y arte para que los sillones, cabriolés y otros sofás Luis XV y Luis XVI, las cortinas, bajocortinas, visillos y pasamanería, alfombras y tapices, bordados y bronces brillen de nuevo. 

El espíritu histórico debía quedar garantizado tras las reformas iniciadas por el grupo Rosewood Hotels & Resorts, un ejercicio de equilibrismo entre conservación y transformación que les llevó cuatro años. Detrás de todos los trabajos para  convertir esta joya arquitectónica e histórica del siglo XVIII en un hotel del siglo XXI hay un dream team capitaneado por Richard Martinet, especialista en la restauración de edificios icónicos en todo el mundo, y varios diseñadores: la directora artística Aline Asmar y los decoradores Tristan Auer, Chahan Minassian, Cyril Vergniol, el paisajista Louis Benech project o hasta el mítico Karl Lagerfeld que, con su toque dandi y decadente, diseñó en el cuarto piso del hotel los exclusivos Les Grands Appartements, que son un mundo aparte, algo así como el lujo sobredimensionado.

Todos los espacios del hotel emiten la misma resonancia histórica, resultado de un diálogo constante entre lo clásico, lo patrimonial , lo contemporáneo y el lujo que responde a todo un arte de la conservación: el de desmontar un muro que es patrimonio nacional para pasar todos los cables e instalaciones que exigen las normas de confort y seguridad vigentes y volver a montarlo sin que por ello se pierda la esencia del lugar.  

El desayuno se sirve en el Jardin d’Hivern que da al Cour Garbiel, el patio interior que han rediseñado Tristan Auer y el paisajista Louis Benech para romper los límites del interior y del exterior. En medio, una columna floral que se levanta varios metros sobre el sofá redondo llena de color y olor la sala. El paso del tiempo aquí es lánguido. Una persona unta la mantequilla sobre su panecillo sin apartar la mirada de la pantalla del ordenador portátil, donde se puede ver a Owen Wilson soñar con el París de los años 20; otra lee con parsimonioso pasar de hojas el suplemento cultural del diario; más allá una pareja toma su copa de fruta recién salidos de la ducha. En la mesa, un brioche tan espumoso que no habría duda en usarlo como almohada, baguettes y pasteles dulces, pain au chocolat, cruasán y bollería del día, jugo de fruta fresca, copa de frutas exóticas, pancakes y crêpes. Si se necesita algo más potente para afrontar una caminata por París, huevos al gusto, con trufa negra si se desea, o con caviar, eso no es problema o una tarrina de aguacate con pan vikingo.

Eso por la mañana, porque por la tarde el Jardin d’Hivern se convierte en un paraíso donde disfrutar de esa caprichosa tentación que es la hora del té.  La propuesta va a cargo del chef Boris Campanella y el pastelero Matthieu Carlin y es una sinfonía de sabores y placeres que van desde los picantes del ruibarbo a los ácidos del limón, pasando por los dulces de la grosella. Hojaldres crujientes, ahumados suaves, mermeladas caseras y toda una gama de tés (o chocolates) para escoger. Por supuesto, todos ellos con su fecha de recolección bien visible. ¿Quién dijo que el té era aburrido?

Les Ambassadeurs es el espacio que se ha reservado para lo mejor de la irreverencia parisina. El lugar exprime todo su potencial cuando el sol se pone en la ciudad y el alto techo en el que siempre luce un bello cielo azulado entre nubes de algodón, sus alfombras, sus bronces dorados y mármoles policromados, espejos, jarrones, grandes arañas colgadas, cristalerías y la cinematográfica barra elíptica diseñada por Chahan Minassian dotan de una especial energía al ambiente. El director de orquesta es el barman Christophe Davoine que ha preparado diez cócteles de autor que son un homenaje a diferentes coordenadas parisinas y que se despliegan ante los parroquianos en una sorprendente carta en forma de mapa turístico ilustrado por artistas como Keith Haring, Da Cruz, Manyoly, Thoma Vuille, Obey, Spray Yarps, Angelo Pioppo, Francisco Diaz, Liz Art Berlín, y Kashink.

Claro que se puede ser conservador y apostar sobre seguro con un clásico Old fashioned (bourbon, amargos, azúcar y brandy de cereza). O tal vez valga la pena no desaprovechar la oportunidad y dejarse tentar por un Bésame Mucho (Mezcal, Agua de Jamaica, Prune y Fruit défendu) o por un Itzama (Dios del cielo a base de vodka Belvedere, Pisco, Jerez, Soda y Herbes folles). Quien no sea aficionado a la mixología puede refugiarse en cualquiera de los 150 champanes diferentes por copa, vermús o espiritosos. La tapa obligatoria de aceitunas y almendras está bien, pero el alto cielo azul del techo se alcanza sólo con el Caviar Baeri o alguno de los canapés de la carta. Y si hace falta, dejarse llevar por el hedonismo a lo María Antonieta. Perder, incluso, la cabeza aunque sea solo por unas horas.

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