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Actualizado a 13 de octubre de 2022 · 12:21 · Lectura:
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A los pies de la Acrópolis, en el ágora romana de Atenas, se yergue un edificio singular de planta octogonal construido en el siglo I a.C.: la Torre de los vientos, la estación meteorológica más antigua de la historia. Proyectado por Andrónico Cirreste, el edificio contaba con un reloj de sol, una clepsidra (reloj hidráulico), en su interior, y estaba coronado por una veleta, por lo que sirvió para medir el tiempo y conocer la dirección del viento. Visible desde diferentes puntos del ágora, puede considerarse un antecedente de un campanario medieval o una torre de reloj.
La Torre de los vientos es una estructura octogonal de casi 13 metros de altura y ocho de diámetro construida con mármol procedente del cercano monte Pentélico, que también sirvió de cantera para el Partenón. En cada una de sus caras "estaba esculpida una figura que representaba el viento que soplaba desde el cuarto opuesto a él. En la parte superior del techo de esta torre, un Tritón de bronce con una vara en su mano derecha se movía sobre un pivote, y señalaba la figura del cuarto en el que descansaba el viento". Así, cada pared representaba un viento: el Bóreas (norte), el Kaikias (noreste), el Euro (este), el Apeliotes (sureste), el Noto (sur), el Lips (suroeste), el Céfiro (oeste) y el Escirón (noroeste) representados por su respectivo dios, perfectamente tallado en el mármol.
Detalle de una de las paredes de la Torre de los vientos, con el relieve de Lips, el viento del suroeste, que sostiene un aplustre, adorno de la popa de las naves antiguas.
Bajo cada uno de ellos colgaba un gnomon o varilla cuya sombra se proyectaba sobre una escala graduada para medir el tiempo, que servía como reloj de sol. En el interior había una clepsidra o reloj de agua que indicaba las horas en los días nublados y durante la noche. El ingenio consistía en un depósito desde el que fluía el agua de manera uniforme a un tanque dentro de la torre, donde se medía su nivel ascendente en una escala que marcaba el paso de las horas. Con cada nuevo día, el tanque se vaciaba y volvía a llenarse. Aún se conservan las cañerías por donde pasaba el agua.
Ya Aristóteles se había fijado en que cada viento poseía propiedades meteorológicas diferentes: más secos los de noreste a suroeste, húmedos los del noreste a suroeste. Los vientos del norte traían nieve y los del rango noroeste-norte, vientos huracanados. Gracias a ello y sabiendo exactamente de donde soplaba el viento, se podía hacer una predicción meteorológica más o menos fiable, importante para una sociedad tan comercial y portuaria como era la ateniense.
Los restos de la clepsidra o reloj de ahua en el interior de la Torre de los Vientos en la actualidad.
Aristóteles usaba una rosa de los vientos asimétrica de 10 vientos, que un siglo después fue corregida a 12. Más adelante, el geógrafo Eratóstenes de Cirene se dio cuenta de que muchos vientos eran ligeras variaciones de otros y la redujo a ocho vientos principales, el modelo que representa la torre del ágora romana y que todavía se usa en la inmensa mayoría de sistemas de navegación actuales.
Ya Aristóteles se había fijado en que cada viento poseía propiedades meteorológicas diferentes: secos, húmedos o con posibilidad de alcanzar velocidades huracanadas.
Tradicionalmente en el mundo mediterráneo los vientos clásicos han servido como indicadores de dirección y orientación geográfica, un concepto heredado de los antiguos griegos y romanos. Encarada de manera exacta a cada una de las direcciones de los diferentes vientos, la torre se convertía también en una inmensa brújula que marcaba los puntos cardinales.
Sin embargo, el uso como estación meteorológica de la torre duró más bien poco. Durante la época romana ya fue vandalizada y su mecanismo saqueado. Más adelante, con la expansión del cristianismo durante la época final del Imperio Romano, la Torre de los Vientos se convirtió en el campanario de una iglesia ortodoxa. Al parecer, podría haber funcionado como iglesia en algún momento de la Edad Media. Más adelante, en el siglo XVIII servía, medio enterrada por los escombros, como tekke o monasterio de derviches, grupo religioso musulmán sufí de carácter místico, que en su época de apogeo llegó a Atenas. Fue en esa época en la que el arquitecto y arqueólogo británico James Stuart descubrió el antiguo mecanismo del reloj hidráulico que se escondía bajo toneladas de escombros.
Una vista de la Acrópolis desde el ágora romana de Atenas realizada por James Stuart. En primer término se observa la Torre de los Vientos, hundida en gran parte bajo el suelo.
Cuando los otomanos se vieron obligados a abandonar Grecia, a inicios del siglo XVIII, el edificio volvió a quedar abandonado durante casi dos siglos hasta que hace poco menos de una década se abrió al público de nuevo. Fue en el año 2016, tras tras la finalización de las obras de conservación y restauración llevadas a cabo por el Ministerio de Cultura de Grecia que han permitido recuperar parte del esplendor perdido a esta joya olvidada de la historia y de la ciencia de Atenas.
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