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Esta casa barcelonesa cuenta la historia familiar –en pasado y en presente– de dos generaciones. Y eso se nota: el mix decorativo es fiel reflejo del espíritu de lo que fue, pero en total coherencia con lo que es hoy. Una perfecta simbiosis.
La casa de los abuelos es, muy a menudo, el lugar donde habita tu infancia. Por eso, la amas incondicionalmente. Los de Pedro eran propietarios de esta vivienda de Barcelona que ahora él comparte con su mujer, Bárbara, sus dos hijos y su perro. Un amplio piso, situado frente a un gran parque, en el centro mismo de la ciudad, del que sus actuales moradores ya estaban prendados antes de convertirlo en su hogar. De la residencia familiar original quedan muchas cosas, a pesar de que cualquier semejanza entre el antes y el después es pura coincidencia. Gracias a su fantástica distribución, no fue necesario tocar un solo tabique, pero sí remozar en profundidad los obsoletos interiores para actualizarlos, llenarlos de luz y convertirlos en hermosos espacios contemporáneos. Paredes y techos se pintaron de blanco y muchos de los elementos conservados se lacaron en este mismo color: la boiserie con chimenea –toda una seña de identidad– o los armarios de la cocina en blanco, de madera maciza, oscura y pesada, cobraron así nuevo valor decorativo. Los dueños compraron pocas piezas de mobiliario, la gran mayoría son de herencia o se encontraron en mercadillos. Bárbara ha reciclado algunas y otras las ha dejado (intencionadamente) como estaban. No hay más que ver, al poner los pies en el recibidor, el ruinoso chéster de piel que da la bienvenida: «Me fascina el aspecto desgastado por el paso de los años y el uso de las cosas –explica–. No me preocupa que el perro juegue encima del sofá o que mis hijos usen el patinete por el pasillo: los desconchados que dejan son señales de vida. Pero lo que realmente me enamora a diario de esta casa es la luz natural que se cuela desde el parque. Esa no tiene precio».
Estilo parisino-gustaviano. Las mansiones francesas, con grandes ventanales, suelos de madera ajados, paredes molduradas..., son fuente de inspiración en una deco también influida por el look gustaviano: decapados, tonos claros, etc. Mobiliario de época. Butacas, armarios, mesas –de almoneda o herencia– lucen su belleza desnuda, curtida por el tiempo. El maridaje con piezas actuales resulta armonioso gracias al uso de una paleta que unifica: blanco tiza como base y azules como complemento.